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Encuentro con Saramago

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José Saramago

Lo que cuento en este post sucedió en 2003, hacía ya dos años que editábamos la revista LetraNueva (en su primera etapa). Como se imaginarán, en este tipo de proyectos hay que hacer de todo. Lo que más nos gustaba era recibir los textos, seleccionarlos, coordinar la entrevista, armar cada número, recibirlo recién hecho de la imprenta. Pero también había que hacer la otra parte, o sea vender, cobrar las suscripciones, recorrer las librerías para reponer el material, hacer facturas, presentar la rendición de impuestos, lo que todos detestamos. Y en eso estaba yo un sábado de mañana, con mi familia, habíamos ido a la Ciudad Vieja, en ese entonces funcionaba aquello de la movida de los sábados de mañana, con músicos, artistas callejeros, era lindo recorrer la Peatonal Sarandí y ver todo eso. Entramos con mi marido a La Lupa, una librería de la calle Bacacay que siempre nos apoyó con LetraNueva, mis hijas se quedaron fuera. Saludamos a Federico Roca, el dueño, y nos pusimos a charlar, a ver cuántos números había vendido, cuántos faltaban para reponer el stock.

Escuché la puerta que se abría.  Estaba de espaldas y no vi quién entraba. La Lupa es una librería muy chica, tiene un corredor largo que hay que atravesar para llegar al espacio central.  Claudio y Federico miraron hacia la puerta y quedaron paralizados. Me di vuelta.  Habían entrado José Saramago y su mujer.

Imaginen el momento. Mi l cosas que tenía ganas de decir pasaban por mi cabeza. Por un lado, era Saramago, cómo no iba a decirle algo de la emoción que había sentido al leer sus libros, de lo que había sido para mí descubrirlo en Memorial del Convento, el primer libro suyo que leí, y que quizá sigue siendo mi preferido. Por otro lado, ¿cómo intentar algo que no fuera convencional? Lo harto que estaría de escuchar lo mismo, en cada sitio sería igual; y también pensé en lo que debía disfrutar de caminar por Montevideo, como un visitante cualquiera, sin que los pesados de sus lectores se acercaran a decirle cuánto lo admiraban.

En eso estaba, sin saber qué hacer, cuando LetraNueva nos salvó.  Porque cuando fui capaz de reaccionar, resulta que Saramago ya estaba hablando con Claudio, y hojeaban la revista. Me sumé a la conversación. Él miraba con interés, preguntó cómo la hacíamos, se interesó por el entrevistado de ese número, nos contó que él había sido periodista, le contamos del trabajo que daba hacer todo a pulmón y sin ayudas, nos dijo una frase de la que todavía me acuerdo; que siempre lo emocionaba estas cosas donde “el esfuerzo de pocos llegaba a muchos”. A esa altura se habían sumado Pilar y Federico a la charla, Roca les contó cómo se vendía y cómo algunos seguidores venían a preguntar si ya había salido el próximo número. Le dijimos que, por supuesto, contaríamos este encuentro en un artículo, Pilar nos anotó su dirección en Lanzarote y nos dijo que le encantaría recibirla. Se la enviamos dos meses después, y nos contestó una carta más que amable, y nos envió un cuento suyo para publicar. Pero volviendo al encuentro, fue como una charla de amigos.

Los dejamos en paz y miraron algunos libros, eligieron dos o tres, se despidieron y salieron. Fuera los esperaba Tomás de Mattos y su mujer, él fue el anfitrión de esos días de Saramago en Montevideo, y los cuatro se alejaron por Bacacay hacia el Solís. Salimos nosotros, yo en una nube. Afuera, mis hijas me pidieron plata para comprar algo, (yo no me acuerdo de esto), y parece que les di todo lo que tenía en la billetera. Salieron disparadas, antes de que me arrepintiera. Después de eso, durante un tiempo, cada vez que Jimena me pedía plata, y yo le daba lo justo, me decía: “pero mamá, ¿y hoy, no te vas a encontrar con Saramago?”

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