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Alicia Escardó usando un teléfono móvil

Il telefonino

Hasta hace unos años, yo no usaba el teléfono celular los fines de semana, era parte de mi descanso. Mis amigos y familia ya lo sabían y aprendieron a no preocuparse ni pensar que la falta de respuesta era por accidente, secuestro o huida.
Ahora es casi imposible, y mi espacio de libertad se redujo a no habilitar en whatsapp el “visto” azul para que no se sepa cuándo respondí, y en tenerlo sin sonido y solo consultar cada tanto. El teléfono celular ha pasado a ser una herramienta de trabajo y cada encuentro o reunión (laboral o no) necesita tantas instancias de confirmación y aclaraciones previas, que resulta indispensable.
La pregunta que me hago es: ¿estamos mejor comunicados? Diría que estamos “más” comunicados, sin duda, (sobre todo la gran ventaja es con amigos o familia cuando están lejos), pero no “mejor”.
No sé ustedes, pero yo extraño aquellas conversaciones en las que acercábamos el auricular al oído para escuchar una voz con tiempo, sin apuros, disfrutar los silencios y la espera, sentir que un cable nos unía a la distancia, escuchar los matices y las inflexiones del diálogo. Una voz en la oscuridad, palabras que se contestaban en el momento. Aquello tan simple como la conversación.
Los audios de whatsapp consiguieron que lo que antes era un diálogo, ahora es una serie de monólogos alternados. Tenemos alarma, despertador, cámara de fotos, grabadora de audio, linterna, agenda, aparato de música, GPS y radio, todo en uno, eso sí. Pero para conversar no se usa más.
Me gusta cómo suena la palabra “telefonino”. Es íntima, como si todavía estuviera creciendo un niño que pide ayuda. Me recuerda una canción de cuna. Así se le llama al teléfono celular en italiano. Para ver si me reconcilio con él, al menos mientras escribo estas líneas, lo pongo de título.
Espero (con temor por la certeza de lo inevitable) que no siga creciendo hasta invadirlo todo.

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